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Ya sé que es obra demoníaca de hombres y mujeres de carne y hueso,
pero tú, connivente, los albergas en tu seno. Además, irresponsables, no
están acostumbrados a cargar con su responsabilidad: “¡Yo no fui!”.
En algún “momento” de la Eternidad, el Gran Sembrador, como
sementera fecunda, sembró los astros en el firmamento; y, a pesar de tu
insignificancia en el concierto del cosmos, Planeta Tierra, fijó los ojos en ti
y te eligió a dedo entre todos, como escenario feliz de sus proezas y de sus
esperanzas y de sus misericordias.
Por eso, mostrando ostentación de su pletórica opulencia, hizo de ti un
espléndido jardín, el hombre en medio, como dichoso jardinero de tanta
belleza. Pero, pronto torpedeaste su maravilloso proyecto y, de preferido,
pasaste a ser el leproso entre el rebaño de los astros.
¿Qué te pasó, Planeta Tierra?
Ese jardinero delegado – el hombre – , hizo un desastre cósmico,
desobedeciendo las órdenes del Jardinero Dueño. Llorarías por siglos,
cantando lamentaciones y elegías en un Adviento interminable, hasta que
vino el que tenía que venir, para rehabilitar tu lastimera situación.
Y Él te rescató portentosamente, cual Samaritano total, dándote como
lámpara su maravillosa doctrina, como alimento su inmaculado Cuerpo y
como baño su preciosa Sangre. No satisfecho con eso, se quedó contigo
permanentemente, como compañero de camino, para que no dejaras
sembrados tus huesos en el desierto de la vida.
Además, te dio la Iglesia con siete Fuentes, a las cuales puedes acceder
para saciar tu tiránica sed, como a los pechos de tu madre. ¿Qué has
hecho de tu increíble patrimonio, Planeta tierra?
Y hoy, navegando por mares azules, se esperaría el reconocimiento del
camino roto y la hidalguía del retorno. Pero no, a grandes zancadas te
alejas y, ahondando en el camino de tu rebeldía, te acercas al abismo de
tu destrucción en una escatología suicida.
Caín sigue matando a Abel: las guerras, con sofisticadas armas, se
multiplican en tu seno, y te estás ahogando en sangre tronchando
amapolas, Planeta Tierra; por tus entrañas, como nunca, corren ríos de
veneno (pienso en Rusia y Ucrania); el “cubil de ladrones” está presente
en la política; el exterminio ecológico, la prostitución “educada”, la ley de
la selva, la voracidad del dios dinero…
¿Qué pasa contigo, Planeta Tierra? Lamentablemente, al navegar en tu
órbita señera, has perdido la orientación y el derrotero. Los pocos
misterios que has descubierto del cosmos – ¡ juego de niños! – te han
emborrachado y has caído en la trampa de Adán: “Seréis como dioses”
(Gen 3,5), y la manzana libertaria que estás comiendo te produce una
dentera fatal. Es obvio, tus convulsiones telúricas acusan tu demencia.
A pesar de todo, alocado y querido Planeta, no temas: el Padre que te
creó, te re-crea, el Hijo que te redimió te sigue bañando con su Sangre y el
Espíritu Santo te sigue incendiando con su Amor. Navegas en sus aguas.
Algún día volverás a tu órbita original. No temas pequeño y querido
Planeta.
P. Hipólito Martínez, osa.