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La Orden de San Agustín | HISTORIA

Hace 750 años…

El 16 de diciembre de 1243, el papa Inocencio IV emitió la bula Incumbit nobis invitando numerosas comunidades eremíticas de Toscana a que se unieran en una sola orden religiosa con la Regla y forma de vida de san Agustín. El marzo siguiente, 1244, los ermitaños tuvieron el capítulo de fundación en Roma bajo la dirección del cardenal Ricardo degli Annibaldi y se llevó a cabo la unión. Así comenzó la historia de la Orden de San Agustín.

El Papa ordenó a los ermitaños toscanos que eligieran un prior general y que formalizaran unas constituciones. Desde entonces empezaron a ser conocidos como Ermitaños de la Orden de San Agustín.

El Monacato San Agustín

La tradición monástica aceptada por los eremitas en 1244 tiene sus más tempranas raíces inmediatamente después de la conversión de S. Agustín en Milán, cuando él y algunos de sus amigos regresaron a su nativa Tagaste, abandonaron sus posesiones y comenzaron una vida de oración y estudio como «siervos de Dios»:

Tú, Señor, conformas a los hombres mentalmente para vivir en una casa… Juntos estábamos, y juntos, pensando vivir en santa concordia, buscábamos un lugar más a propósito para servirte y juntos regresábamos a África (Conf. IX, 8).

Ordenado sacerdote en el 391, Agustín consiguió un huerto en Hipona donde mandó construir un monasterio para su comunidad de hermanos. Más tarde escribió la Regla, inspirada en la comunidad cristiana de Jerusalén:

Ante todo, vivid en la casa unánimes, teniendo una sola alma y un solo corazón orientados hacia Dios (I, 2).

Cuando le consagraron obispo de Hipona eligió residir en su casa episcopal, pero continuando la vida comunitaria con su clero. Más tarde erigieron, dentro de la ciudad, un monasterio para mujeres, constituyendo así tres formas de vida religiosa agustiniana: masculina, que abarca religiosos laicos y clérigos, y la femenina.

El ideal agustiniano se extendió a otras partes de África. Algunos de los hermanos fueron ordenados obispos y llevaron su anterior monacato a otras iglesias locales. En el siglo V había aproximadamente 35 monasterios en África inspirados en la vida agustiniana.

Entre los años 430 y 570 fue introducido este estilo de vida en Europa por los monjes que huían de la persecución de los vándalos. Hacia el 440 Quodvultdeus de Cartago la llevó a Italia, cerca de Nápoles. En el 502 san Fulgencio de Ruspe llegó a Cerdeña. Donato y otros veinte monjes la introdujeron en el sur de España por el 570, y es posible que algunos monjes llegaran a Francia.

La abundancia de antiguos manuscritos de la Regla de san Agustín muestran un constante interés por ella durante la edad Media. No obstante esto, quedó ensombrecida durante más de tres siglos por otras reglas, particularmente la de san Benito. La Regla de san Agustín aparece nuevamente puesta en práctica en el siglo XI en Europa como base para la reforma de monasterios y capítulos catedralicios. Fue adoptada por los canónigos regulares de la abadía de San Víctor de París, los Premostratenses y los Canónigos de Letrán.

La Gran Unión de 1256

Un ulterior desarrollo se produjo el 9 de abril de 1256 con la bula Licet Ecclesiae catholicae del papa Alejandro IV. El Papa confirmó la unión de los Ermitaños del Beato Juan Bueno (Regla de san Agustín, 1225), los Ermitaños de San Guillermo (Regla de san Benito), los Ermitaños de Brettino (Regla de Ssan Agustín, 1228), los Ermitaños del Monte Favale (Regla de san Benito), y otras congregaciones más pequeñas con los Ermitaños Toscanos, dentro de «una profesión y regular observancia de la Orden de Ermitaños de S. Agustín».

La Gran Unión se llevó a cabo en en convento romano de la fundación toscana de Santa María del Popolo, nuevamente bajo la dirección del cardenal Annibaldi, con delegados que vinieron da cada convento. Lanfranco Septala de Milán, anterior superior de los Ermitaños de Juan Bueno, fue el primer prior general de la Orden, que abarcaba 180 casas religiosas en Italia, Austria, Alemania, Suiza, Países Bajos, Francia, España, Portugal, Hungría, Bohemia e Inglaterra.

La Unión de 1256 fue un paso importante en la reforma de la vida religiosa de la Iglesia. Por ello el Papa intentó poner fin a la confusión que se originaba por el excesivo número de pequeños grupos religiosos y canalizar sus fuerzas espirituales en un apostolado de predicación y cuidado pastoral en las naciones ciudades de Europa. Los Agustinos ocuparon su lugar como frailes mendicantes junto a los Dominicos, los Franciscanos, y, poco después, los Carmelitas.

El Movimiento mendicante del siglo XIII fue una respuesta revolucionaria a una situación también revolucionaria. La unidad de la Iglesia estaba amenazada otra vez por la herejía. Nuevos retos surgieron por los cambios sociales y económicos en la sociedad. Los frailes fueron enviados directamente a los centros de desarrollo comercial para predicar a las crecientes clases instruidas y llevar la espiritualidad evangélica al pueblo.

De esta manera, la identidad espiritual de la Orden tuvo dos fundamentos. El primero en la persona de san Agustín de quien recibió sus ideas sobre la vida religiosa, especialmente la importancia de la búsqueda interior de Dios y de la vida común. La segunda fue el Movimiento mendicante por el que la Orden de San Agustín llega a ser una fraternidad apostólica.