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NUESTROS DESIERTOS
Sin duda, si no por experiencia, todos tenemos la idea de lo que es un desierto: lugar biofísico árido, cubierto de arena, sin fauna ni flora de posible sobrevivencia. Si acaso, algún “ojo de agua”, en constante desafío. Quienes, enardecidos, se atreven a enfrentarlo, o son nómades avezados, o locos aventureros, o místicos enamorados.
Pues bien, el Hijo de Dios, como hombre, y sirviendo de pórtico a su vida pública, quiso someterse a la mística experiencia y al provocador desafío del desierto: “Jesús se dejó guiar por el Espíritu, a través del desierto, donde estuvo durante cuarenta días. Ahí fue tentado por el diablo, y al fin tuvo hambre” (Lc 4, 1-2) (También Jesús supo de “cuarentenas”, fue tentado por el diablo y pasó hambre).
Y todo esto, como noviciado, para salir a sembrar, raudamente, la Buena Noticia. Estupenda lección para los que pretenden entrar en la dinámica de la propagación del Reino. Antes de predicar: retiro, silencio, oración, ayuno; en fin, desierto.
Pero, en este momento, me interesa más el sentido pedagógico, soteriológico y existencial de lo que simboliza el desierto.
Y, comenzamos diciendo que, aquel que pretenda dar un paso en la vida espiritual, que se prepare para entrar y transitar por el desierto. ¿Qué desierto?:
Desierto es cuando, como arenas secas, sentimos la “sequedad de Dios”;
desierto cuando, como en el desierto, nuestras oraciones, no parecen tener eco;
desierto cuando, exánimes, nos agarra la negra sensación de que nuestra vida parece haber perdido el sentido;
desierto cuando nos lastima el aburrimiento de las cosas espirituales;
desierto cuando, con angustia desesperanzada, nos mortifica la idea del abandono de Dios;
desierto cuando, a lontananza, no se avizora el fin del desierto…
Más concretamente, podemos distinguir tres clases de desiertos:
a) Desiertos personales: ¿Cuál es tu desierto? (Porque, con respeto, déjame decirte que lo tienes):
desierto de soledad,
desierto económico,
desierto de desempleo,
desierto de amistad,
desierto de motivación vital,
desierto de aceptación de ti mismo,
desierto de salud,
desierto de ideales en tu vida,
desierto de afectividad…
b) Desiertos sociales:
desierto de una sociedad sin Dios,
desierto de vínculos familiares,
desierto de solidaridad,
desierto de puentes de diálogo,
desierto de lazos de fraternidad,
desierto de guantes de seda en el trato personal,
desierto de transparencia en las actitudes,
desierto de sonrisas primaverales,
desierto de utopías en el horizonte cósmico,
desierto de valores morales…
c) Desiertos eclesiales:
desierto de vocaciones consagradas,
desierto de postulantes al martirio,
desierto de servir hasta que duela,
desiertos de candidatos a la santidad,
desierto de pobres encarnados,
desierto de profetas descomprometidos…
Sin embargo, y a pesar de todo, el desierto no se negocia; está grávido de Dios y es un precioso aliado de la espiritualidad. No hay vida interior sin el desierto. Y, desde luego, es más fácil encontrar a Dios en el inhóspito desierto que en la frondosidad del progreso.
Jesús fue a encontrarse con el Padre en el desierto, porque sabía que el desierto, está poblado de Dios.
P. Hipólito Martínez, osa