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(Para quien, en absoluto, no lo conozca: fraile agustino, español, que nació el 17 de octubre de 1500 y murió el 17 de septiembre de 1591)
Habituados a ver en san Alonso de Orozco al de familia de abolengo, al piadoso niño de los “seises” de la catedral de Toledo, al estudiante universitario con excelencias, al religioso ejemplar, al superior carismático de tantos conventos, al “Predicador Real”, al “Capellán de María”, Al “Santo de San Felipe”, al místico escritor del Siglo de Oro… tal vez nos olvidamos de otras facetas más humanas y cercanas, de su polifacética personalidad:
el Orozco que sufría horribles tentaciones contra la fe,
el Orozco que padeció el martirio de penosos escrúpulos durante treinta años
el Orozco que se disciplinaba, despiadadamente, tres días a la semana,
el Orozco que barría y arreglaba personalmente su celda,
el Orozco que tenía como cama una tarima de dos tablas, sobre éstas una gavilla de sarmientos y una gran piedra como almohada,
el Orozco que vivía, por voluntad propia, en la habitación más humilde del convento,
el Orozco que, durante cuarenta años, solamente comía una vez por día,
el Orozco que dormía, escasamente, tres horas cada noche,
el Orozco que apenas tenía en su habitación un camastro, una banqueta, una escoba y una docena de libros,
el Orozco que, con frecuencia, lavaba los platos de la comunidad,
el Orozco que, más de una vez, volvió al Convento sin sandalias, porque se las había regalado a un mendigo descalzo,
el Orozco que se negaba a curar los horribles callos que tenía en los pies, porque decía que le recordaban los clavos que atravesaron los pies de Cristo,
el Orozco que, humildemente, se confesaba todos los días antes de celebrar la Misa,
el Orozco, amigo de los animales y de las plantas,
el Orozco que, con el permiso de sus superiores, distribuía generosamente en tres partes su abultado salario, como Predicador Real: un tercio para la Comunidad, un tercio para los Conventos de monjas que él mismo había fundado, y un tercio para los pobres,
el Orozco que, dos veces renunció a su alto cargo como Predicador Real, y solamente continuó, por obediencia a sus superiores,
el Orozco, pagador de los que estaban presos, porque no podían pagar sus deudas…
Esta cara tan humana y tan cercana del fraile agustino Alonso de Orozco, con frecuencia, la desconocemos; y, sin embargo, es la que más nos acerca a su talante de santidad y no nos deja desfallecer. Y así, al descubrirlo tan humano, nos animamos a embarcarnos en su barca, porque lo reconocemos de carne y hueso, como uno de nosotros. . P. Hipólito Martínez, osa.