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Está de moda, pero no siempre bien entendida. Hasta puede confundirse con simpatía. Y no es correcto.
Etimológicamente, estos vocablos provienen del griego:
Simpatía: sin = con; patos = afecto, pasión. Se trata de un sentimiento y movimiento exógeno y periférico.
Empatía: em = dentro; patos = afecto, sentimiento profundo y endógeno.
Digamos que, simpatía es una inclinación afectiva más espontánea y agradable, más fisiológica, “amor a primera vista”. En cuanto, empatía es más comprometida, arriesgada, profunda, entrañable y medular.
La simpatía es capaz de quedarse en el caparazón; la empatía va más allá y es capaz de meterse dentro del otro, explorarlo, y sintonizar hasta identificarse con él. La simpatía se mueve en la epidermis; la empatía navega en los estratos más profundos de la personalidad.
Porque es paradigmático, veamos algunas de las empatías de Jesús:
Empatizó con su amistad, hasta quedarse en la Eucaristía;
Empatizó con sus alegrías, hasta participar en un banquete de bodas y convirtió el agua en vino para que continuase la fiesta;
Empatizó con sus dolores, hasta llorar ante una tumba;
Empatizó con el arrepentimiento del Buen Ladrón, llevándolo del brazo al Paraíso…
En una palabra: desde la eternidad, en el tiempo, y por toda la eternidad, Cristo siempre estuvo y estará con la humanidad “en estado” de empatía.
Y ahora, con toda autoridad – porque nos dio ejemplo -, nos invita y desafía a cultivar la “civilización de la empatía”:
empatía para mirar al otro con los ojos del corazón;
empatía para sintonizar con la onda del otro;
empatía para zambullirse en el interior del otro y no quedarse en la superficie de la simpatía;
empatía para valorar al otro por el perfil de sus valores y no por sus “apariencias empatía para hacerse cargo del otro, hasta que duela;
empatía para meterse en los zapatos del otro; y así, llorar con el que llora y reír con el que ría;
empatía para introyectarse en el barco del otro y navegar juntos en el mismo mar;
empatía, hasta convertirse en el “doble” del otro en sus sentires y vivencias;
empatía para aceptar al otro como es, y no como nos gustaría que fuera;
empatía, al punto de poder decir: “Tú eres yo y yo soy tú”, en comunión de vida.
Consecuencias: La empatía es cosa seria. Lo más cercano a la caridad y, por tanto, lo más cercano a Dios. Dios se mantiene en un entrañable y eterno estado de empatía con sus creaturas, creándolas y re-creándolas cada día.
Pues bien, también aquí el hombre, por la empatía, está muy cerca de Dios, cuando le dice al otro: “Cuenta conmigo, quiero que vivas”.
Nunca nos olvidemos que el hombre fue creado como un animal empático, y que la simpatía, si es sincera y comprometida, solamente ha de ser la cara visible de la enamorada empatía. Para esa enamorada empatía nos ha creado Dios.
P. Hipólito Martínez,
osa