Email: secretariavicarg@sanagustin.org - Teléfonos: 4802 4724 / 4801 9724

NOVEDADES

La mirada de Dios: ¨Mirada enamorada¨ | Reflexión del Padre Hipólito

Lo sabemos: No es lo mismo ver que mirar. Vemos con los ojos dela cara, miramos con los ojos de la razón; vemos sin fijarnos, superficialmente, miramos fijándonos hondamente. Vemos “sin querer”, miramos queriendo. Mirar, es mucho más que ver. Mirar, está mucho más cerca del enamoramiento.

Y este lenguaje – humanamente hablando – , roza a la Trinidad : Mirada del Padre al Hijo; mirada del Hijo al Padre; mirada del Espíritu Santo a los dos; mirada cómplice entre los Tres: Puro Amor.    

Mirada complaciente del Creador a las futuras creaturas; mirada redentora  del Redentor a sus futuros redimidos; mirada prendada del Espíritu Santo a los santificados del mañana. De puro amor se trata.

Es un gozo saber que, todas las miradas de Dios, están inspiradas en el amor. El amor – “Dios es Amor” – no tiene mirada torva, ni ceñuda, sino amable y alentadora. Aún en el peor de los casos, cuando nos sorprende con la mochila llena de pecados, su mirada es de ternura y compasión. Dios mira con preferencia en lo hondo del corazón, no por lo que somos, sino por lo que podemos llegar a ser:

  • Mirada que acaricia con guantes de seda;
  • mirada que arrulla como paloma;
  • mirada meliflua, que sabe a besos besos
  • mirada alentadora que infunde confianza;
  • mirada con entrañas de misericordia;
  • mirada que, como rocío, esponja la flor ajada: ajada:
  • mirada fecunda, engendradora de vida;
  • mirada samaritana que cura;
  • mirada liberadora;
  • mirada taumatúrgica que resucita.

Precisamente, su mirada paterno-maternal, siempre busca, con zozobra, los hijos más heridos y estropeados de la sociedad. Hoy, roban sus miradas los descartados de las “villas miseria”, los que no tienen voz, los alcanzados por la pandemia, los emigrantes, los fugitivos de las guerras: en fin, los que están fuera del sistema.

Y, si todavía nos queda alguna duda, reparemos en la mirada de Jesús, que es la mismísima mirada del Padre celestial:

  • Desde luego, miró en María “la pequeñez de su servidora” (Lc 1,48);
  • miró, fijamente, al joven rico y lo amó (Mc 10,21);
  • miró con dulzura la humildad de la viuda pobre (Lc 21,2-4);
  • miró con lástima la confusión de la adúltera (Jn 8, 10-11);
  • miró con misericordia a Pedro, que lo negara (Lc 22,61);
  • miró con dulzura  a Juan desde la cruz y le entregó a su Madre (Jn 19,27).

¡Miradas de Jesús! ¡Anzuelos que enamoran!

Como el lirio que, sin resistencias, quedamente, sin hablar, se deja mirar por el sol, así hay que dejarse mirar por esa mirada que, al mismo tiempo ilumina, esponja, cauteriza y deja en el alma una “herida luminosa”. Una pena, un pecado, no dejarse enamorar por la mirada fascinante del Señor Jesús, por la maternal mirada del Padre Dios.                                                                                                                    .                                                           P. Hipólito Martínez, osa.