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Bibliografía:
San Agustín tuvo un hijo llamado Adeodato, que significa dado por Dios, a quien llegó a querer mucho. Como lo describe Agustín, era un chico muy inteligente: “Tú, Señor, lo habías hecho bueno… supera en inteligencia a muchas personalidades renombradas y doctas. Dones tuyos eran, te lo confieso, Señor y Dios mío”. A los 15 años, después de meses de preparación, se bautizó junto a su padre. Lamentablemente, dos años más tarde, a los 17 años, falleció.
Reflexión:
Jesús ha iluminado el misterio de nuestra muerte: Él se conmovió profundamente ante la tumba de Lázaro. Jesús lloró la muerte de su amigo (Jn 11,35). En esta actitud, sentimos a Jesús muy cercano y compasivo por los que están de duelo. Somos todos pequeños e indefensos ante el misterio de la muerte. Sin embargo, frente a este misterio, las palabras de Jesús nos iluminan: “Yo soy la Resurrección y la Vida. El que cree en mí, aunque muera, vivirá: y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás. ¿Crees esto?”. (Jn 11,25-26).
Oración:
Pidamos a Dios, por la intercesión de San Agustín, por todos los que murieron en la misericordia de Dios, especialmente, por nuestros familiares, amigos y conocidos difuntos. Concédele, Señor, el descanso eterno y que brille para ellos la luz que no tiene fin. Que las almas de los fieles difuntos, por la misericordia de Dios, descansen en paz. Amén