La fiesta de la conversión de san Agustín que celebramos hoy, nos debe llenar a todos de gozo y de esperanza. En la noche del 24 al 25 de abril de 387 el obispo de Milán san Ambrosio, bautizó a Agustín que contaba entonces 32 años. Lo acompañaba en el bautismo su hijo, y con ellos estaba un pequeño grupo de amigos. Recordando este singular acontecimiento, el mismo san Agustín escribe en su libro de las Confesiones: “Fuimos bautizados y se desvaneció de nosotros toda inquietud por la vida pasada” (IX, 6, 14). Dichoso el que está absuelto de su culpa, a quien le han sepultado su pecado; dichoso el hombre a quien el Señor no le apunta el delito, dice el salmo 31. Agustín, alejado de las tinieblas del error, se convirtió en un auténtico enamorado y seguidor de Cristo, “belleza tan antigua y tan nueva”. Su conversión nos impulsa también a nosotros a una conversión continua. Que, al celebrar esta eucaristía deseemos, como el mismo Agustín, conformar nuestra vida según el evangelio de Jesucristo.
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