Esta conferencia se articula en cuatro partes. En la primera se esboza el itinerario intelectual de san Agustín, mostrando la inserción en él de la redacción de las Confesiones. En la segunda se aborda el problema fundamental que ofrece el texto, es decir, el de su arquitectura. En esta etapa, se hace mención de las que sostienen tanto los comentaristas clásicos como los más actuales. En la tercera, sobre la base de una selección de citas textuales, se seguirá la narración de la conversión agustiniana en tanto resignificación de una vida. Se pondrá en relieve que dicha resignificación, fundada en descubrimiento de un proyecto vital, es la que signa la diferencia entre lo que los griegos denominaban bíos y lo que llamaban zoé. En la cuarta y última parte se muestra de qué manera la memoria sui y la memoria Dei se articulan en la vida humana, posibilitando la construcción de la subjetividad.
También esta segunda conferencia, de 18 páginas de extensión, se articula en cuatro etapas. En la primera, tomando como punto de partida lo expuesto en la anterior, se señalan las notas características del pensar agustiniano, esto es, su modus operandi intelectual, indicando la convergencia que se da entre sus intérpretes más destacados sobre ese pensar triádico. En la segunda parte se examina cómo tales notas aparecen de manera eminente en lo que se postula como eje de las Confesiones: el pasaje de XI, 29, 39, procediendo seguidamente al análisis puntual de las nociones de distentio, intentio y extensio. Sobre esta base se ofrece una propuesta de solución al problema de la estructura del texto, mencionado en la exposición anterior. Finalmente, mediante una selección de textos de otras obras del mismo Agustín, se expone la relación entre la tríada mencionada y las más reiteradas a las que apela, claves para una lectura actual de sus obras.
A partir de las dos fases en la creación del hombre por Dios que san Agustín distingue en su tratado De genesi ad litteram: a) por su imagen y semejanza, y b) por la formación de Adán del limo de la tierra, se muestran los dos modos de la memoria derivados de aquella distinción. En principio, una memoria psicológica y luego una memoria «secreta y oculta», como él la llama en De Trinitate, que configuran, a su vez, dos formas de la temporalidad, generadas en la simultaneidad creadora del ahora eterno, que son el tiempo objetivo y real y la a-temporalidad del «instante fugado», qui tendit non esse, según lo expone en Confessiones. Se deriva de esta noción agustiniana una bipolaridad y simultánea cohesión intra-temporal de los dos campos de la memoria: la memoria sui y la memoria Dei por el desdoblamiento, en tensión, por una parte, de la memoria profunda de su origen, que debe reconstruir y, por la otra, la «semejanza» temporal que el alma realiza en sí, por plegadura de su instante inexistente sobre el presente viviente de su decisión, también en un ahora, que es enigma y semejanza de la eternidad para el hombre, y por el cual se redime.
En el pensamiento de san Agustín la reflexión acerca del hombre es inseparable de la reflexión sobre Dios. A veces el encuentro con Dios parece el final de una larga carrera: el recorrido por las cosas para llegar al hombre y desde éste alcanzar a Dios. Aquí el razonamiento antropológico precede al teológico. Si embargo, también es real el otro sentido del círculo eurístico: para conocerse a sí mismo, el hombre ha de conocer a Dios. Dios aparece en este caso como el primer paso de la larga carrera, que profundiza el conocimiento de sí mismo y renueva las actitudes personales, para que el hombre sea capaz de encontrar al Dios verdadero. Aquí la reflexión teológica precede a la antropológica, guiándola y moldeándola. Este es el camino propuesto: la gratuidad de la acción divina para comprender a su luz cuál es la actitud que el hombre toma frente a ella. Sólo ante la libertad de Dios es comprensible y vivible la libertad del hombre.
He escrito esta conferencia sobre la Eucaristía inmerso en una realidad bien concreta de las Comunidades Eclesiales de Base, en la periferia de una gran ciudad de América Latina, São Paulo. Todos los fines de semana celebro cuatro o cinco Misas en las diversas comunidades de la Parroquia Jesús Resucitado, confiada al cuidado pastoral de los Agustinos, y confieso que en estas celebraciones me siento plenamente realizado en mi ministerio sacerdotal. Son eucaristías bien preparadas, vivas, festivas, participadas, populares, muy comprometidas y encarnadas en la realidad social. Constituyen una alegría para los pobres. Son Buena Noticia para los humildes: fuerza en su caminar esperanzado. Comunidades cristianas vivas y de referencia las hubo y las hay. Lo fue, sin duda, la Comunidad Eclesial de san Agustín, diócesis de Hipona, y lo pueden ser las nuestras hoy, despertando, valorando y orientando para el bien común los carismas y ministerios con los que el Señor enriquece su Pueblo santo, su Cuerpo, la Iglesia.