Monseñor Diego ha sido el primer Obispo del Valle Calchaquí, de la jurisdicción eclesiástica, denominada Prelatura de Cafayate, creada el 8 de Septiembre de 1969, siendo encomendada a los Sacerdotes Agustinos, de la Provincia del Santísimo Nombre de Jesús de España. Precisamente en este año 2009 está cumpliendo sus primeros cuarenta años de existencia.
La Prelatura tiene una extensión de 46.847 kilómetros cuadrados, con una población de 48.500 habitantes, con lo cual nos da una densidad de 1,3 habitantes por kilómetro cuadrado. Se extiende por tres Provincias Argentinas, la de Catamarca, por medio de sus Departamentos de Antofagasta de la Sierra y Santa María; la de Tucuman, con las poblaciones de Amaicha del Valle y Colalao del Vale, pertenecientes al Departamento de Tafí del Valle; finalmente la Provincia de Salta, con sus Departamentos de Cafayate, San Carlos y Molinos.
Mons. Diego estuvo diecisiete años al frente de la Prelatura, exactamente desde el 16 de Diciembre de 1973, hasta la fecha de su paso hacia la casa del Padre Celestial, que acaeció el 23 de Noviembre de 1990. Además ejercicio, como Administrador Apostólico, los tres años anteriores. Por lo tanto podemos decir que dedicó una tercera parte de su vida a la atención pastoral del Valle Calchaquí, al cual amó con todo su corazón y actualmente sus restos descansan en la Iglesia Catedral de Cafayate, de acuerdo a su deseo expreso.
Mons. Diego había nacido el 26 de Septiembre de 1926, en la Región de la Valdavia, en un pueblo, llamado Barriosuso, integrado al ayuntamiento de Buenavista, perteneciente a la Provincia de Palencia, en el noroeste de la Península Ibérica. Es el hijo primogénito del matrimonio de Don Valentín Gutiérrez y de Doña Daría Pedraza. Después nacieron sus hermanas Visitación y Piedad y, el más pequeño, Enrique, como frutos de su amor cristiano.
Sus estudios los realizó, primero en la Preceptoría de Barriosuso, donde, bajo la docencia del dómine, aprendió los iniciales conocimientos del latín. Cuando había cumplido sus trece años, en el año 1939, fue recibido en el Real Monasterio de Santa María de La Vid, enclavado en el corazón de Castilla la Vieja, para proseguir los estudios de bachillerato. En el mismo Monasterio comenzó su vida religiosa agustiniana, tomando el santo hábito de San Agustín el 11 de octubre de 1944.
Prosiguió sus estudios habituales de Filosofía y de Teología, en forma regular, hasta concluir satisfactoriamente su carrera eclesiástica el 30 de junio de 1951. Como era costumbre en aquellos años, ya había recibido la Ordenación Sacerdotal, el día 11 de marzo del mismo año. Su primera Misa la celebró en su pueblo natal, Barriosuso de Valdavia, en la Parroquia de San Juan Bautista, donde había recibido las aguas del sacramento del Bautismo.
Su primer destino fue a la Vice-Provincia de Argentina, entrando en este País el último día del año 1951. Los Superiores le destinaron a la Parroquia de San Agustín, en la ciudad de Mendoza, donde se desempeñó como Vicario Parroquial, juntamente con el P. Gregorio del Valle Pérez, bajo la coordinación del Parroco, P. Remigio Paramio. Su nota característica, de estos años, 1951 al 1957, fue su acierto en la animación y dirección de los diversos movimientos apostólicos.
En el Capítulo de 1957 fue nombrado Superior y Párroco de la Parroquia de San Agustín de Buenos Aires. El P. Diego contaba a la sazón con treinta y un años, pero se desempeñaba con toda prudencia y celo pastoral. Siempre se mantuvo cercano a todos los grupos apostólicos de la parroquia y muy preocupado por los enfermos y ancianos, a quienes visitaba asiduamente.
Siendo Comisario de la Vice-Provincia, nombrado en el Capítulo de 1963, tuvo que asistir al Capítulo Provincial del año 1966, en España, donde sorpresivamente se le designa Vicerrector del Monasterio de Ntra. Sra. de La Vid y Maestro de Profesos. Un nuevo cargo que significaba un fuerte desafío en su vida sacerdotal, dado que en la Iglesia se vivía los tiempos de renovación exigidos por el reciente Concilio Vaticano II, cuya clausura se realizaba el 8 de diciembre de 1965.
Precisamente por estos aires renovadores se forjó la unión de todos los profesos teólogos en el Seminario Agustiniano de Valladolid, donde le correspondió al P. Diego acompañar a los estudiantes procedentes del Monasterio de La Vid. Aunque no permaneció mucho con ellos, pues en el año 1969, al abrir el campo misionero de la Prelatura de Cafayate se pensó en el P. Diego para ponerse al frente de la misma.
El día 9 de Febrero de 1969 regresaba a la ciudad de Buenos Aires y unos días más tarde viajaba, en unión con el P. Gerardo Ureta, a la ciudad de Salta, para iniciar esta nueva andadura pastoral en el Noroeste Argentino. Podemos suponer la variedad de sentimientos que cruzaron por su mente y por corazón, al regresar a la República Argentina.
El entonces Arzobispo de Salta, Mons. Carlos Mariano Pérez, le nombró Párroco de Cafayate, centro de toda la Prelatura, mientras que el P. Gerardo se instalaba en San Carlos.
Primero fue nombrado Administrador Apostólico de la Prelatura y el día 16 de Diciembre de 1973, fue ordenado como el primer Obispo de los Valles Calchaquíes. Desde el primer momento tuvo muy claro su objetivo pastoral, el cual podemos resumir en estas palabras: “construir la comunidad eclesial, que es comunidad de fe, de culto y de caridad”.
Era necesaria la promoción humana de todos y de cada uno de los habitantes de la zona, que el flamante Obispo, expresaba con estas palabras: “Llegue pronto el día en que todos los habitantes de los Valles Calchaquíes tengan, como escribe uno de nuestros profetas: Una casa en que habitar, una mesa en que comer, un libro para leer y un Cristo para rezar”.
Estos deseos se fueron haciendo realidad a los largo de casi dos décadas que estuvo al frente de la Prelatura. Supo estar cerca de cada una de las personas, tanto del pobre, como del hacendado; visitó todas y cada una de las comunidades de los Valles, tanto los parroquias céntricas, como los lugares más alejados, llevando siempre su palabra cálida, profunda y evangelizadora para alentar a todos en el camino de la santidad.
En sus cartas pastorales procuró en todos los momentos cumplir con el deseo de la Iglesia. Así lo expresaba: “Siguiendo las orientaciones del Concilio, pretendemos una auténtica renovación pastoral que tienda a formar debidamente a nuestros fieles”.
De sus buenas cualidades podemos afirmar: “Persona alta y delgada. Juicio equilibrado y sereno, bondad y comprensión, compromiso religioso, fervorosa vivencia de la fe, cordialidad, sencillez y cercanía con los más necesitados” Así lo expresa el P. José Villegas, que le confesó antes de morir y comentó: "Era un santo".